domingo, 27 de diciembre de 2009

NOCHES DE RONDA

Ramón observaba a Elsa, su mujer, y no pudo evitar que un escalofrío recorriera su espalda. Conocía el proceso. Cuando ella comenzaba sus caminatas nocturnas alrededor de los cajones embalados que dormían su sueño eterno en la habitación que había sido de Facundo, sabía que los acontecimientos comenzarían a precipitarse. Ya le había pasado varias veces, siempre siguiendo la misma secuencia. En primer lugar varias noches de ronda de Elsa observando los cajones desde todos los costados, tocándolos y acariciándolos como si fueran delicadas reliquias. Después el proceso agrandándose noche a noche. Comienza a sumirse en profunda tristeza, y a alejarse de la realidad lentamente, desconociendo incluso a quienes la rodean habitualmente. El paso siguiente, el más temido por Ramón, comienza con el canturreo. Elsa se abraza a los cajones y entona un canto suave, indescifrable, cargado de tristeza, que suena a amarga letanía. A partir de allí ya no quiere moverse del lugar y su cantar elegíaco se agudiza hasta lograr un estado de evasión total.
A medida que pasan los días la figura de Elsa se va deteriorando de a poco hasta llegar a adquirir perfiles demoníacos. Ramón sabe que llegado a ese punto no le queda ninguna otra alternativa que internarla y confiarla a los médicos. Así había pasado en varias oportunidades y Ramón ya no dudaba que así volvería a ser también en esta ocasión. Pero esta vez él no estaba preparado para tolerarlo. Su sentimiento de culpa se acrecentaba cada vez que su mujer pasaba por ese martirio y estaba convencido de que debería hallar una fórmula para cortar el proceso de cuajo. Sabía que el origen de todos sus males era el accidente en que se había visto envuelto muchos años atrás con Elsa y Facundo. Los tres viajando felices sin rumbo fijo y haciendo planes para una vida mejor en Europa. Tenían todo arreglado hasta en sus más mínimos detalles. El haría punta y después seguirían Elsa y Facundo. Estaba casi todo listo y la mayor de las alegrías los acompañaba ante la inminencia del acontecimiento, hasta que se cruzó el maldito camión. Y en un par de segundos la vida cambió radicalmente. Después vino lo peor. Facundo no pudo sobrevivir y Elsa comenzó a evadirse de la realidad cada vez que su entereza flaqueaba.
Habían pasado varios días desde que Elsa comenzara con su ronda inicial y ya empezaba una vez más a abrazarse a los cajones con su cantar lastimero. Ramón desesperaba día a día y no aguantaba más. Entonces tomó la decisión. Fue al cuarto de las herramientas, se armó de un hacha y con entera determinación comenzó a destrozar los cajones, todos a la vez y sin tregua, dando por sentado que una vez que éstos hubieran sido reducidos a cenizas desaparecería la raíz del conflicto y Elsa volvería a ser la que fue: la mujer más bondadosa del mundo. Su esfuerzo fue tremendo. Golpeaba y golpeaba sin cesar destruyendo las tablas una a una mientras gritaba rabioso para darse coraje. Después cayó extenuado soltando el hacha y recostándose sobre el mar de astillas que su furia había producido. Estaba agotado, tan agotado que casi no alcanzó a percibir el golpe que prácticamente lo quebró en dos cuando Elsa con todas las fuerzas que poseía bajó el hacha sobre su cabeza mientras gritaba alocadamente.





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