sábado, 19 de diciembre de 2009

Julián versus Julián



El teléfono sonó varias veces hasta que Julián, somnoliento y malhumorado, lo atendió de mala gana.
-Hola… sí… ¿Mabel?...sí… soy yo… Julián… ¿A qué hora llegás?…no… imposible… no te puedo buscar… no me siento bien… arreglate como puedas…
Julián cortó con una rara sensación de desasosiego, ya lindando con la angustia. Mabel había viajado el día anterior a Rosario a visitar a unos parientes y él había pasado una noche de perros. Desde las tres de la mañana en adelante apenas de a ratos había logrado conciliar el sueño, siempre acompañado de horribles pesadillas que no sabía a qué atribuir. Cuando estaba sonando el llamado de Mabel, antes de las siete de la mañana, su cabeza era un volcán a punto de estallar por la lucha sin cuartel que habían entablado entre sí sus monstruos nocturnos, aquellos que lo acompañaban inevitablemente en cada sueño y a quienes rendía cuentas de cada acto de su vida.
Estaba desganado y apesadumbrado. Abrió la puerta del placard y se observó en el espejo de cuerpo entero. Se vio avejentado, angustiado, con la frente cargada de años, y dando, en general, un pobre aspecto. ¿Qué había pasado con él? ¿Qué había sido de aquel Julián deportista y seductor? ¿Qué había quedado de sus sueños? Un oscuro oficinista cumpliendo su labor a regañadientes, sin futuro, sin paz, sin hijos. Volvía a su casa todas las tardes cargado de una mochila llena de desesperanza, a compartir con su mujer la tristeza final del día. A ella tampoco le había ido bien con él. También fue perdiendo los sueños en el camino a medida que percibía que las arrugas de su cara marcaban una muesca similar en sus ilusiones.
Abrió el ventanal del departamento y se asomó por el balcón. El aire mañanero, pensó, le haría bien, le clarificaría las ideas, lo sedaría. Dirigió la mirada hacia abajo, hacia la plaza por la que siempre había sentido un cierto aire de pertenencia, pero ese día la vio más triste y más apagada que nunca y con un tinte grisáceo que la desmerecía. Circulaba poca gente a esa hora. El florista de la punta más cercana comenzaba a acomodar sus ramos, mientras el camión de los diarios dejaba dos enormes paquetones que el vendedor tomaba presuroso para comenzar a vocearlos. Sintió envidia por los posibles compradores. Gente común con ganas de enterarse de las novedades que a él ya no le interesaban o de adornar su casa con unas flores, cosa que ese día le parecía un total despropósito.
Se sentía mal y los pensamientos negativos lo invadían constantemente. Un sudor frío recorría su espalda seguido al rato por un incontrolable arrebato de calor.
Volvió a abrir el placard y a observar detenidamente su propia imagen esperando una solución mágica a tanta desazón.
-¿Qué te anda pasando, Julián? –le preguntó su doble desde la profundidad del espejo.
-Nada que vos no sepas.
-Es cierto. Yo sé todo sobre vos, Julián, y estoy tratando de encontrar la forma de ayudarte.
-Ya es tarde. Hice todo mal en la vida.
-En parte es cierto… pero creo que estás a tiempo todavía de rectificar algunas cosas. Comenzar a cuestionarte ya es un gran adelanto.
-No tengo más voluntad de cambiar nada.
-¿Y qué pensás hacer?
-Vos ya lo sabés. Matarme. Simplemente eso, matarme. Por suerte vivo en un décimo piso. Va a ser fácil.
-¡Ni se te ocurra!
-No podrás impedirlo. Es sólo abrir la ventana y emprender el vuelo final.
-No pienso consentirlo. Siempre hay posibilidades de recomenzar. No hagas eso, pensalo.
-Me pasé la vida pensando y así me fue.
-No seas tonto. Yo te voy a ayudar. Te prometo salir de mi letargo y apoyarte. Vas a salir a flote.
-¡No me interesa!
-¡Volvé a pensarlo.
-No me interesa. ¡Basta! Terminala ya, ¡callate!, no te tolero más.
Un golpe preciso destruyó el espejo. Los vidrios se desparramaron por el suelo y Julián comenzó a pisotearlos con furia para aliviarse. No lo consiguió.
-Nunca vas a lograr destruirme. Ni siquiera a los golpes.
-No te me acerques. Dejame terminar a mi manera…
-¡Ni lo pienses!
-¡No te me acerques! ¡Basta! Soltame… me hacés daño… por favor. ¡Basta!
Cayó desplomado. Sólo se reanimó cuando Mabel, ya convencida de que Julián no la buscaría, entró a su casa llena de miedo y lo vio en el piso con magullones en la cara y marcas de manos en el cuello.

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