martes, 15 de diciembre de 2009

Cosa de Brujas





Fermín y Gregoria estaban sentados a la mesa con gestos de honda preocupación. Hacía varios meses que no llovía en la zona y corrían serio peligro la mayoría de los cultivos en que basaban su economía. Los pronósticos a largo plazo, para colmo, no eran nada halagüeños, y ya la desesperación comenzaba de a poco a apoderarse de ambos.
-¿Qué vamos a hacer, Fermín?
-No sé. No se me ocurre nada.
-¿Y si consultamos a Pancracia? Dicen que alguna vez hizo llover. ¿Qué podemos perder?
Fermín no se opuso. Había escuchado muchas veces sobre las dotes especiales de la vieja Pancracia, pero nunca le había parecido razonable visitarla más que para curar un empacho o por un simple mal de ojo. Finalmente se decidieron y fueron. Tras una larga caminata llegaron al rancho de la vieja, que los hizo pasar como pudo, afirmada sobre un bastón. Se la veía pálida y cansada, pero los recibió de buena gana, aunque un tanto sorprendida de verlos. En pocos minutos Fermín la puso al corriente del motivo de su visita, mientras la mujer lo escuchaba con atención.
-No podías venir a mejor sitio. Tengo la solución para vos-, dijo en medio de un acceso de tos. Y los llenó de instrucciones. Que quemar incienso en tal horario. Que hacer tal cosa o tal otra con una pata de cabra guacha. Que prenderle fuego al ramerío cuando sale la luna y bailar alrededor. Que fueran durmiendo de a uno mientras el otro le echa una gotas de una pócima secreta al humo de las brasas y algunas cosas más.
-¡Ah! Y no se olviden de hacerlo tres noches seguidas.
Fermín y Gregoria cumplieron todo a rajatabla y finalmente volvieron a lo de Pancracia. a consultar si es que habían cometido algún error porque no obtenían resultados. La encontraron febril en la cama, pero aún así los llenó de esperanzas.
-Hoy es la noche. Mañana, cuando se levanten, van a tener agua a montones.
A la mañana siguiente se levantaron temprano para ver de cerca el milagro. Estaban en medio de una tormenta terrible que los llenó de alborozo. Salieron a mojarse felices chapoteando en el barro como chicos, hasta que repararon en un hecho curioso: la lluvia estaba circunscripta sólo a un pequeño sector, el que los rodeaba a ambos. Probaron separarse y notaron que el radio de lluvia se ampliaba a medida que se alejaban uno del otro. Optaron finalmente por hacer largas caminatas alrededor del campo hasta lograr que el agua beneficiara a toda su tierra.
Los vecinos miraban asombrados el fenómeno y comenzaron a indagar sobre el tema. Fermín y Gregoria les explicaban el asunto de la Pancracia y luego se dirigían a la propiedad de aquél que solicitaba ser beneficiado por ese don especial que poseían. En muy pocas horas pasaron a ser los personajes más importantes del lugar.
Así fue durante varios días hasta que todo comenzó a inundarse, y el mal humor se fue apoderando de la pareja primero, y del resto de los vecinos luego, que pedían a gritos que parasen con el agua.
Corrieron de vuelta a lo de Pancracia. Era imperioso aprender la forma de revertir el proceso. Llegaron a los tumbos. Totalmente embarrados y mojados hasta los huesos. Al ver que la vieja no atendía al llamado, entraron a la casucha y se llevaron la peor de las sorpresas: Pancracia había muerto y se había llevado con ella el secreto. No sabían como parar la lluvia.
Estaban azorados. Ni ellos ni los vecinos podían encontrarle solución al dilema. Sabían que dentro de pocos días estarían viviendo en medio de un mar incontrolable y que el esfuerzo de tantos años se arruinaría en un abrir y cerrar de ojos.
La gente se reunió en una de las casas y tras largas discusiones llegaron a la única solución posible para superar el problema: echar del pueblo a los mal nacidos que habían provocado semejante desgracia. Lo pusieron en práctica de inmediato. Los más exaltados se armaron de enormes palos con los que no tardaron en disuadir a la pareja de lo inútil de mostrar cualquier tipo de oposición.
Y así fue que Gregoria y Fermín tuvieron que abandonar definitivamente su casa y tantos años de trabajo e ilusiones. Se fueron con lo puesto, casi sin comida y sin dinero, para marchar sin rumbo fijo con su lluvia a cuestas.
-Y ahora, ¿qué vamos a hacer, Fermín?
-No sé, Gregoria. No se me ocurre nada.
Hasta que Gregoria sintió que una idea se iba apoderando de ella poco a poco.
Cuando llegaron al pueblo vecino, y después de masticar el proyecto para un lado y para el otro, se dirigieron al periódico zonal e insertaron un aviso en el que volcaron todas sus esperanzas.
Decía así: “Señor agricultor. No sufra más sequías en su campo. Fermín y Gregoria, Empresa de riego a domicilio. Trabajos garantidos.”

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