domingo, 20 de diciembre de 2009

El Amor DE Melina


Melina corre desesperadamente por las calles de Buenos Aires a un ritmo casi imposible de sostener. Su corazón adquiere un andar vertiginoso clamando por más y más sangre para oxigenar en sus pulmones ya desfallecientes. Siente que sus sienes van a estallar y que volará en mil pedazos antes de lograr su objetivo: volver a verlo. ¿Había sido una alucinación o realmente lo había visto en medio de esa marcha cuando encendió el televisor? No podía asegurarlo, pero el intento bien valía la pena. Y Melina corre y corre por las calles de Buenos aires, sin pausas, sin respiro, hacia la fuente de la Plaza del Congreso, con una leve esperanza surgida de una imagen fugaz mostrada por una cámara veloz sobre el manchón de una marcha. Un montón de cabezas y pancartas clamando por algo de lo mucho que siempre anda mal en este mundo y que en los locos como ella, o como él, siempre hacen mella. Una marcha más, como tantas otras que había compartido con él, y que habían elevado sus pulsaciones a través del tiempo hasta acrecentar sus ilusiones y sus fantasías con él y sólo con él. Lo había elegido entre todos los hombres del mundo y durante meses había esperado ansiosa una entrega parecida de su parte.
Pero no fue así. Todo se limitaba a compartir un saludo, una sonrisa, un beso en la mejilla y hasta un par de cafés juntos.
En una oportunidad se combinaron para ver una función de Teatro por la Identidad auspiciado por las Abuelas de Plaza de Mayo, con las que ambos comulgaban incondicionalmente. Ella lo propuso y él accedió de inmediato. Melina se preparó con tiempo para el acontecimiento y trazó un par de estrategias en pos de un logro supremo: conquistarlo, pero todo se desmoronó cuando lo vio llegar con varios amigos y amigas con los que compartían habitualmente las marchas de protesta. Estaba decepcionada, e incluso cargándose de culpas por no encontrar el camino adecuado para vencer su aparente indiferencia. Hasta que dejó de verlo; de un día para el otro y sin dejar rastro. Poco y nada sabía de él. Apenas su nombre, Ramiro, su edad, similar a ella y su eterno amor por la causa de los justos y por lograr un mundo mejor.
Sabía, por una frase dicha al pasar, que estudiaba sociología. Buscó cientos de pretextos para el presunto encuentro casual en las escaleras de la facultad. Montó guardia cuantas veces le fue posible, en distintos horarios, en distintos días, sin ningún éxito. Preguntó por él hasta el cansancio y cada día volvía con una nueva desesperanza.
Su corazón no lo olvidaba y por eso hoy corre desesperada con la remota ilusión de que fuera verdad la imagen que había visto. Y llega al Congreso; y busca la fuente de agua y la encuentra, y se mezcla con el gentío buscándolo con desesperación y cuando comienza a imaginarse que había sido sólo una ilusión óptica sustentada por el gran deseo de volver a encontrarse con él lo ve a la distancia. Y corre hacia él llena de ganas de todo; y él se sorprende y se emociona y la abraza y la besa como si el tiempo no hubiera transcurrido. Melina se acurruca emocionada entre sus brazos. Su sangre se agolpa en su pecho, en sus sienes, en su pubis. Quiere más, mucho más. Aun cuando él nunca le hubiera prometido nada.
Comienzan a marchar juntos abrazados. Ella toca el cielo con las manos. El sostiene una pancarta y ella aferra su mano a la de él para mantenerla juntos. “Semana del orgullo gay”, reza en letras grandes.
Melina aprieta su mano. Comienzan a aclararse algunas cosas para ella.
-¿Por qué no me lo dijiste?
-¿Lo habrías entendido?
Melina no contesta. Aferra con fuerza el sostén de la pancarta y sigue en la marcha con él.
Su pena es inaudita. Su corazón está a punto de estallar, pero se sobrepone mientras fluyen de sus ojos gruesos lagrimones. Aunque en el fondo de su alma ella sabe que todo el castillo de ilusiones que había construido en su mente se desmorona, aun así no quiere dejar de sentirlo a su lado. Al fin y al cabo había muchas formas de andar juntos por la vida y ésta era una de ellas.

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