lunes, 24 de septiembre de 2012

UN EXTRAÑO


Un extraño

 

¿Quién es ese señor que está mirándome fijamente como si me conociera? Me hace acordar a un viejo amigo pero yo, ¿por qué será?, pareciera que es la primera vez que lo veo en mi vida.

¿Me conoce realmente? No lo creo. En verdad yo tampoco lo conozco demasiado a él, o al menos ésa es la impresión que me da cuando lo miro en profundidad. En realidad, la cara me resulta conocida. Lo observo con detenimiento y percibo la misma sensación cada vez que lo hago. Es como si lo tuviera visto desde hace tiempo, mucho tiempo. Su cara me trae algunos recuerdos, gratos y no tan gratos, de cuando ambos éramos jóvenes y observarnos así, uno frente al otro, era un deleite. Hoy no lo es tanto. Algunas arrugas transitan por mi frente, igual que en la de él. Algunos cabellos se fueron para siempre elevando el número de surcos tanto en mí como en él. La piel más ajada, la figura más enjuta y la mirada más perdida, en ambos. La barba de un día, ahora blanca, antes tan sugestiva, parece anunciar para los dos el principio de un largo invierno.

No lo reconozco. No quiero reconocerlo.

Corro a mi habitación y vuelvo a verlo, ahora de cuerpo entero. ¿Qué habrá pasado? ¿Qué quedó de ese jovencito rozagante que se comía el mundo a dentelladas? ¿Qué fue del niño sonriente que lo precedió? ¿Adónde fueron todos? Tenemos que hablar, amigo mío. Es hora de que intimemos un poco más. Dígame qué es lo que piensa. Me es imperioso saberlo. Sí, ya lo sé. En algunos aspectos sé cómo piensa. Intento al menos hacerlo, juro que lo intento, pero ayúdeme por favor.

A ver, razonemos juntos y deje de imitarme en cada gesto. Yo creo saber qué es lo que está pasando. A mí también me pasó con el correr de los años. Cuando las hormonas están en retirada y las carnes se ponen fláccidas, la espalda se encorva, el pelo encanece, el abdomen se redondea, la memoria se enturbia, los músculos se retraen, el esperma se enfría y los ojos, los suyos y los míos, miran con terror todo eso, no se asuste mi amigo. Usted sólo está viejo, quizás hasta en sobrevida, pero no muerto. Téngalo en cuenta: no muerto. Yo tampoco. Vayamos juntos a vivir lo que resta lo mejor posible. ¡Vamos hombre, con fe! No se quede ahí. ¿Viene o no viene? Bueno… no es obligación.

Si no le da el coraje no me siga. Quédese ahí, donde está. Yo al menos, voy a intentarlo.

                                                      

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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