El Agujero
-Vayan,
chicas. Yo después las sigo con el auto.
Marina no se
fue convencida. No quería dejarme solo. Me conoce demasiado bien.
-Voy a dejar
todo listo para que mañana se pueda pintar.
Renata y
Valeria tuvieron casi que arrastrar a su madre para que subiera al camión con
ellas.
-Andá,
andá. Estoy bien.
¿Cómo no voy a
estar bien? Es un momento único, de ésos que se dan pocas veces en la vida y
poder saborearlo con plenitud es más que la concreción de un sueño, casi un
mandato social. “Qué bien, Rubén. Pudiste hacerlo. ¡Casa propia!”
Y aquí estoy.
Yo y la vieja casa, “mi casa” durante tantos años, llena de recuerdos por cada
rincón que pise.
¿Por qué este frío
visceral que me invade? Cada punto de la casa me lleva a una situación distinta
vivida en diversas etapas.
Aquí pusimos
el corralito donde Renata daba sus primeros pasos.
Este es el
punto exacto donde Valeria tuvo su primer ataque de epilepsia, que nos llenó de
terror. Aquí estaba el sillón donde tantas veces hicimos el amor Marina y yo
después de obligar a las nenas a ir a dormir.
Aquí esto.
Allá aquello.
Estoy
mezclando el enduido para tapar los agujeritos de las paredes sin dejar huellas
y es tan intenso el bullir de los recuerdos que a cada rato tengo que agregarle
agua para que no endurezca.
¡Rápido! Hay
que tapar los agujeros. ¿Qué había colgado aquí? Un cuadro de los abuelos.
Tapemos. ¿Y aquí? El de las nenas en la
escuela. Tapo. ¿Aquí? El reloj de pared. El que nos despertaba de noche con sus
campanadas. Tapo. La foto de casamiento. Tapo. La jaula del canario. Tapo.
Renata y su traje de comunión. Tapo. La foto de bodas de plata. Tapo.
Tapo. Tapo.
Tapo.
Tapemos.
Tapemos.
No puedo más.
Quiero irme lo antes posible.
¿Podrán Marina
y las nenas enduir el enorme agujero que arrastro al abandonar esta casa?
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