Cuando hablan los ojos
Al otro día
estuvo media hora antes como clavada en el lugar exacto en que había estado el
día anterior. A las once y cuarto exactamente volvió a parar el micro en el
mismo punto. Ella estaba allí. Las miradas de ambas se entrecruzaron y
Ernestina la observó atentamente, sin disimulos, y un nuevo estremecimiento
recorrió todo su cuerpo. A diferencia del día anterior esta vez la joven
también posó su vista sobre ella. Había inquietud en sus ojos y un claro signo
de interrogación que la anciana, desde abajo, no alcanzaba a descifrar.
La acción se repetía
día a día. El mismo lugar, la misma postura, la misma mirada de súplica en
ambas mujeres. Había comenzado a establecerse entre ellas un lenguaje secreto
que cada una creía interpretar claramente a su manera, y respuestas inmediatas
que seguían el mismo curso. Sólo hablaban con los ojos.
-¿Me conocés?
-Seguro. Sos
igual a mi hija.
-¿De dónde me
conoces?
-De mis
propias entrañas.
-Adiós. Mañana
nos vemos.
El colectivo
volvía a arrancar y el rito volvía a repetirse día a día.
-¿Quién sos?
-Tu abuela. No
tengo dudas. Hace mucho que te busco. Toda una vida. Toda una vida de marchas y
protestas buscándote. A vos y a tu mamá.
Largo tiempo
repitieron la misma ceremonia. Un día Ernestina optó por cambiar parte del
ritual. Tomó el retrato, el que siempre observaba tanto, y se dirigió al mismo
punto. Era una jugada arriesgada y le costó mucho implementarla, pero lo hizo.
Cuando la jovencita posó su visita sobre ella, ésta le mostró la fotografía
cargada de emoción.
Un extraño fulgor
partió de sus ojos. Se la notaba sorprendida y confundida. En pocos segundos el
micro volvió a arrancar y la anciana bajó la foto. Un arrebato de emoción la
poseyó por completo. Sentía que la situación sobrepasaba su entereza y que su espíritu
flaqueaba hasta convertirla en un guiñapo. Toda la fortaleza que se había
demostrado a sí misma durante años de lucha se derrumbó en un instante cuando
la más intensa conmoción se apoderó de ella.
Se dirigió
hacia su casa totalmente exhausta y se abrazó a la fotografía en medio de un
llanto compulsivo. Apenas percibió que una mano tocaba su hombro. Cuando se dio
vuelta vio a la joven tan sumida en llanto como ella, que pedía a gritos un
abrazo de su abuela. No se habían dicho una sola palabra. Sólo habían hablado
las miradas.
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